Años 70

Por aquel entonces, el Rastro no llegaba a la Plaza, sino que empezaba en la Ribera de Curtidores. Por eso, muchas veces decimos que nosotros estábamos en Cascorro antes que el Rastro. En esa época el barrio de Embajadores era casi como un pequeño pueblo en el que todo el mundo se conocía. La parte baja de la Ribera de Curtidores estaba llena de chatarreros, la zona media de anticuarios y almonedas, la calle San Cayetano era un mar de cuadros y Fray Ceferino González era la calle de “los pajaritos”.

Una anécdota que ya se puede contar porque ha prescrito es la de las máquinas tragaperras. Cuando aún estaban prohibidas (principios de los 70) una partida de ellas llegó a España y dos se colocaron en nuestros bares. Se jugaba con fichas (no estaban adaptadas a las monedas españolas) y se subían y bajaban de la cueva con un montacargas.

1000 bocadillos. El 15 de agosto de 1973 vivimos una de las mejores anécdotas de nuestra historia. Era el día de la Paloma, eran las fiestas, y por entonces el bar no se cerraba en 24 horas. La Abuela, Cruz, entró a trabajar a las 7 de la mañana y a eso de las 3 del día siguiente, tras vender las 1000 barras de pan que habíamos traído, le dijo al abuelo: “Martín, cierra ya el bar porque yo hoy no hago ni un calamar más”.

A finales de los 70 apareció, nadie recuerda como, la fiebre de los boletos. Una simple rifa con premios que variaban según cada local. Fue una moda que como vino se fue, pero que dejaba los bares llenos de papelitos. Hasta cinco veces al día había que barrer. Algunos bares, en vista del éxito, incluso invitaban a las copas a los jugadores.

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