Años 80

La época del gran auge y puesta de moda del Rastro. Dado que era el único sitio en Madrid donde se podía comprar los domingos (el resto de comercios cerraban) todo el que necesitaba algo, pasaba por aquí. Eso supuso un aumento exponencial en el número de puestos y de las peleas por coger sitio. No existía entonces ninguna ordenanza que regulara la colocación de puestos en el Rastro y los vendedores empezaban a aparecer ya el sábado a medio día para coger sitio. Incluso se organizaron mafias que intentaban aprovecharse de la situación. Durante algún tiempo, las peleas nocturnas fueron la norma, hasta que el Ayuntamiento tomó cartas en el asunto y estableció una ordenanza, poniendo fin a estas trifulcas callejeras y a las apuestas que sobre ellas hacían algunos clientes.

Otra anécdota curiosa, repetida una y mil veces, tiene que ver con la política. En plena transición, los anarquistas de la CNT y los Legionarios de Cristo Rey tenían por costumbre citarse en la confluencia de Cascorro con la calle San Millán y allí dirimían sus diferencias aplicando la política de “para qué vamos a hablar si lo podemos resolver a golpes”. Eso provocaba la aparición de la Policía y la salida a la carrera de los implicados en el tumulto, que arrasaban literalmente con los puestos, la mercancía, la gente y todo lo que se pusiese delante de ellos en su huída. Al grito de “Avalancha” tocaba salir corriendo del bar para bajar los cierres y evitar que te rompiesen los cristales o entrasen a pelear al bar.
Para el barrio fue una época dura, la de la heroína (caballo). Lavapiés y Cabestreros eran centros neurálgicos del reparto y las calles se llenaron de gente pinchándose en cualquier parte. Los vecinos nos movilizamos y, mediante caceroladas y manifestaciones, se fue limpiando poco a poco la zona.
Por otra parte, a nivel comercial, fue la época en la que contábamos con la mejor pastelería del mundo, la Ciudad de Viena, en el 3 de Cascorro, y la primera tienda de material deportivo que se abría en Madrid, La Flecha de Oro, por la que pasábamos todos los críos para que nos inflasen el balón por una peseta.

Los boletos. A Mediados de los 80 apareció, nadie recuerda como, la fiebre de los boletos. Era una simple rifa con premios que variaban según cada local. El cliente compraba un tira o más, los abría y en función de la carta existían unos premios, algunos en especie y otros en metálico. Fue una moda que como vino se fue, pero que dejaba los bares llenos de papelitos. Hasta cinco veces al día había que barrer el exterior, y en cada ocasión salía una caja llena de papeles. Algunos bares, en vista del éxito, incluso invitaban a las copas a los jugadores.

Angulas de aperitivo. Sí, así, como suena. Todo por un cliente que dejó una enorme deuda en las tragaperras. Descubriéndose que no tenía para pagarla, y como era muy común en la época, se ofreció a pagar en especies. En algunas ocasiones ya nos había dejado un reloj o alguna cadena de oro, pero esta vez se presentó con un cargamento entero de angulas que, para evitar que se estropeasen, tuvimos que acabar dando de aperitivo.

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