Historia

Los Martínez de Tejada somos una familia dedicada a la hostelería desde que el Tío Abuelo Luís abandonó Sorzano (un pequeño pueblo riojano) en el año 1933. Abrió el Bar Luís en el 9 del Pº de las Delicias, especializado en bocadillos de calamares. En 1957 su cuñado, Martín (nuestro abuelo), empezó a trabajar con él antes de abrir su propio local en el 119 de esa misma calle. La familia vivía en el bajo del propio Bar y los hijos, Martín, Antonio y Luís, empezaron a ayudar a medida que crecían.

El Bar Cruz, más conocido como “La Casa de las Navajas”, abrió sus puertas por primera vez el 1 de Octubre de 1970 y lleva su nombre por la abuela, María Cruz Calvo. Por entonces se nos conocía por nuestros berberechos cocidos al natural, gambas a la gabardina, pajaritos fritos y marisco (ostras, nécoras, cigalas, percebes…). El traspaso del local, llamado Bodegas Zorrilla, costó dos millones de pesetas, y la barra de acero inoxidable de la que aún disfrutamos, un millón.

Pronto el negocio pasó a manos de Antonio y Luís, quienes popularizaron las Navajas a la Plancha. En aquella época había otro Bar Cruz abierto, el de la Plaza Tirso de Molina, del que rápidamente se ocupó Luis, quedando Antonio como responsable de Cascorro. Desde hace unos años, Raúl, Óscar, Luís Miguel y Germán, nietos de Martín y Cruz, nos hemos incorporado al negocio familiar.

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1970

Por aquel entonces, el Rastro no llegaba a la Plaza, sino que empezaba en la Ribera de Curtidores. Por eso, muchas veces decimos que nosotros estábamos en Cascorro antes que el Rastro. En esa época el barrio de Embajadores era casi como un pequeño pueblo en el que todo el mundo se conocía. La parte baja de la Ribera de Curtidores estaba llena de chatarreros, la zona media de anticuarios y almonedas, la calle San Cayetano era un mar de cuadros y Fray Ceferino González era la calle de “los pajaritos”.

Una anécdota que ya se puede contar porque ha prescrito es la de las máquinas tragaperras. Cuando aún estaban prohibidas (principios de los 70) una partida de ellas llegó a España y dos se colocaron en nuestros bares. Se jugaba con fichas (no estaban adaptadas a las monedas españolas) y se subían y bajaban de la cueva con un montacargas.

1000 bocadillos. El 15 de agosto de 1973 vivimos una de las mejores anécdotas de nuestra historia. Era el día de la Paloma, eran las fiestas, y por entonces el bar no se cerraba en 24 horas. La Abuela, Cruz, entró a trabajar a las 7 de la mañana y a eso de las 3 del día siguiente, tras vender las 1000 barras de pan que habíamos traído, le dijo al abuelo: “Martín, cierra ya el bar porque yo hoy no hago ni un calamar más”.

A finales de los 70 apareció, nadie recuerda como, la fiebre de los boletos. Una simple rifa con premios que variaban según cada local. Fue una moda que como vino se fue, pero que dejaba los bares llenos de papelitos. Hasta cinco veces al día había que barrer. Algunos bares, en vista del éxito, incluso invitaban a las copas a los jugadores.

1980

La época del gran auge del Rastro. El único sitio en Madrid donde se podía comprar los domingos (el resto de comercios cerraban) así que todo el que necesitaba algo, pasaba por aquí. Crecieron los puestos y aparecieron las peleas por coger sitio. Hubo mafias que intentaban aprovecharse y las peleas nocturnas eran la norma, hasta que el Ayuntamiento actuó poniendo fin a estas trifulcas y a las apuestas que hacíamos.

En plena transición, los anarquistas de la CNT y los Legionarios de Cristo Rey tenían por costumbre citarse en la zona aplicando la política de “para qué vamos a hablar si lo podemos resolver a golpes”. Eso provocaba avalanchas de gente corriendo que arrasaban con los puestos, la mercancía y todo lo que se pusiese delante. A nosotros nos tocaba salir para bajar los cierres y evitar que rompiesen los cristales o entrasen a pelear al bar.

En el barrio fue una época dura, la de la heroína. Las calles se llenaron de gente pinchándose. A nivel comercial, fue la época en la que contábamos con la mejor pastelería de Madrid, la Ciudad de Viena, la primera tienda de material deportivo, La Flecha de Oro, por la que pasábamos todos los críos para que nos inflasen el balón por una peseta y Marihuana, la mítica tienda de camisetas de rock.

Angulas de aperitivo. Sí, así, como suena. Todo por un cliente que dejó una enorme deuda en las tragaperras. Descubriéndose que no tenía para pagarla, y como era muy común en la época, se ofreció a hacerlo con un cargamento entero de angulas que, para evitar que se estropeasen, tuvimos que acabar dando de aperitivo.

1990

Cambio a Mahou. Para una familia que siempre había trabajado con Cervezas El Águila, no fue sencillo cambiar a Mahou, aunque con los años la decisión se ha demostrado acertada. La razón, sencilla: cambió la calidad de la cerveza, no era la misma, y a Antonio no le gustaba. Y pensando que lo que no te tomes tú no se lo vendas a tus clientes, cambiamos a Mahou. Desde entonces la simbiosis ha sido perfecta, y nuestros clientes aprecian el sabor de una de las mejores cañas de Madrid, de los pocos lugares que no usan ácido carbónico para que circule, y con  barriles refrigerados a 6º.

Las Fiestas de San Cayetano (7 de agosto). Chotis y limoná. Son los 4 días al año que aún vendemos limonada. Y, si eres de la familia, sabes que tienes que trabajar. Como ejemplo, en 2005, un camarero cayó enfermo y no encontrábamos sustituto. Cuando se enteró el hermano mayor, Martín, funcionario del ayuntamiento, se fue a casa, vino con unos vaqueros y una camisa blanca y se metió detrás de la barra.

La banda del pegamento. En un barrio que empezaba a cambiar para mejor, a nosotros la casa se nos caía encima. El edificio pertenecía a un solo propietario empeñado en echar a todos los inquilinos de renta antigua. Para ello evitó toda reforma y llenó dos pensiones con la flor y nata de la delincuencia juvenil de Árgel, todos menores de edad y conocidos como la Banda del Pegamento. Famosos por el arte del “tirón mientras voy puesto” y por la venta de hachís, que intentaban esconder en los huecos del baño del bar, lo que provocaba llamadas a la policía y problemas para nosotros. Con el tiempo, la casa se vació y nosotros perdimos parte de nuestra historia con los antiguos vecinos, los que nos habían criado, los que nos llamaban cuando pasaba algo de noche, los que todos los días tomaban su caña y sus raciones, eran Quique, Sole, Guille, Bellido, Antonio, Socorro. Eran las voces y las caras, los recuerdos, de unos años que habían sido felices y el anuncio de un cambio que iba a experimentar todo el barrio, porque a finales de los noventa, aparecieron los comerciantes chinos.

2000

Sin darnos cuenta, nos despertamos con el barrio invadido de negocios regentados por chinos y dedicados a la venta de textil al por mayor. Como ejemplo, en la Plaza de Cascorro, sólo seis establecimientos no se dedicaban a vender ropa. Y en las calles cercanas era aún peor, Duque de Alba, Juanelo, Dos Hermanas, Encomienda, el barrio en general era una inmensa nave de ropa de venta al por mayor. Hasta nosotros empezábamos a hablar chino.

Hay una leyenda negra que dice que fue la mafia china la que consiguió acabar con la Banda del Pegamento, aunque jamás demostró nada. Y una anécdota completamente cierta. Los chinos tenían fama de comprar los locales con maletines, en efectivo, costumbre que aquí nadie se creía hasta que un día apareció un empresario chino con escolta y pidió hablar con el dueño. Se sentó en una mesa con el abuelo, abrió un maletín lleno de billetes y se ofreció a comprar el Bar por dos millones de euros que llevaba en billetes de 500€. El abuelo lo miró y le dijo: “De este bar vivo yo, viven mis hijos y vivirán mis nietos”. Y no hubo trato. Y aquí seguimos.

¿Cómo nos convertimos en La Casa de las Navajas”, por aclamación popular. Si bien es un producto que llevaba años en la carta, y con un éxito moderado al principio, el boca a boca y el pasar de los años fueron cocinando el éxito a fuego lento. El volumen de venta creció en estos años de 10 kilos semanales hasta los 70 actuales. Eso nos permite ofrecer un producto de gran calidad a un precio ajustado. Cuando nuestros propios clientes dejaban de llamarnos “el Cruz” y llegaban gente preguntando ¿Es éste el Bar de las Navajas?, el vox populi se hizo oficial y adoptamos la marca. Y seguimos creciendo y vendiendo Navajas, porque están muy buenas.